Sin temor a mentir, creo pocas veces en mi vida capitalina, había visto semejante gentío en un mismo articulado. Calculaba con asombro al ver tal situación, que si tenía la osadía, las agallas para intentar siquiera subirme al bus, seríamos unas doscientas personas; cada una con solo dos posibilidades: respirar y no moverse.
He ahí, estaba el dilema. No había tiempo para decidir abordar o no, porque aunque ya eran las siete y mi llegada tarde era inevitable, no quería descararme prolongando mi demora. Atiborrada de usuarios impacientes por llegar a sus destinos, se encontraba la estación. No cabía un alma más, pero no había opción, debía viajar en el sistema que unos odiaban y pocos querían.
A punta de empujones, jalonazos, codazos y hasta rodillazos, las personas detrás de mí, dieron inicio a la batalla campal diaria; una lucha que tiene como objetivo entrar al B10, a toda costa, a como dé lugar. Entre la procesión de contendientes que buscaban un asiento, me encontraba sin alternativa de escapar, y luego de tumbos y más tumbos, entré al articulado.
Se cerraron las puertas del bus. En esos momentos, iniciaron los dos mayores retos del viajero: acomodarse aunque sea en medio metro cuadrado, y cuidar atentamente el frente y la retaguardia. Seguido a ello, se impuso un silencio que ninguno quiere irrumpir, una quietud colectiva en una atmósfera de hedores y perfumes.
En el tercer vagón me encontraba. Mi cabeza quedó contra los vidrios de las puertas, la mano derecha en una de las barandas, la izquierda en el espaldar de una silla, y cada pierna con un rumbo distinto; qué comodidad tan bonita. Tal contorsionismo, lo ejecuté con delicadeza y maestría sobre la pequeña plataforma amarilla de las puertas, que para colmo de males, compartía con otros cinco terrenales.
Tal vez no sé de leyes físicas, de proporciones o dimensiones, pero de algo estoy seguro y es que el B10, en esa mañana de lunes, quebraba todo paradigma de tiempo y espacio. Cientos de pasajeros apeñuscados unos contra otros, intentado respirar del aire comunal. Pocos sentados y muchos de pie; cual requisa policial, la gran mayoría con las manos arriba, pero no esperaban toqueteo alguno.
Mi rostro, como el de muchos a mi costado, expresaba una peculiar combinación de emociones: algo de miedo, algo de afán y mucha, pero mucha incomodidad. No era para menos, el hacinamiento era indescriptible e incluso irrisorio; parecíamos ser llevados a prisión, todos con caras largas, turbadas y preocupadas.
Pero tenía algo claro, y es que eramos individuos habituados al maravilloso viaje urbano; capitalinos que vivimos esta amarga experiencia los siete días de la semana. Como todos en el bus, tenía otro pensamiento latente: salir a salvo y con tiempo suficiente, cuando el B10 se reabra en la próxima parada […]
Continuará
Felipe Espitia
Pasajero frecuente: el empujón por Felipe Espitia se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.
Basada en una obra en https://ciudadelapoetica.wordpress.com/2016/01/20/pasajero-frecuente-el-empujon/.
Jajaja!!! El transporte público bogotano siempre será fuente de inspiración para nuevas historias!!! Acá te dejo la mía sobre el «restregón» de los buses en la capital 😛 http://viejaqueviaja.com/2014/01/06/el-restregon-del-transporte-publico-en-bogota/
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¡Hola!
Sí, jaja el transporte público de Bogotá aparte de ser caótico y estresante, puede servir para inspirarte en relatos de cotidianidad.
Yo digo que Pasajero Frecuente, es una fiel muestra, que de simple recorrido en TransMilenio, puede salir algo literario jaja :).
Leí tu entrada, y me pareció chévere jaja. El «urbano» también tiene sus cosas curiosas, aunque con el caos vehicular bogotano, prefiero montarme en los rojos jaja.
Gracias por leerme y por tu visita a mi blog.
¡Un saludito!
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Jajaja estos viajes de cada día son lo peor, yo procuro subirme en uno donde tenga algo de espacio para respirar porque bien nariñata que soy y con problema de cornetes subirme en uno lleno puede ser suicidio.
Alguna vez una mujer me pidió que la empujara para hacerla entrar, aterrada la miré y le ayudé, sí que se ven cosas en Transmilenio, entre caras largas y tranquilas me he podido entretener a pesar de la incomodidad.
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Como le sucedió al personaje, no subió al B10, lo hicieron subir jaja.
Sí, cada viaje es distinto y siempre ocurren siruaciones peculiares jaja.
¡Gracias por comentar!
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Bueno ya sude tan solo de leerlo ja ja ja, que incómodo viajar así.
Te sigo leyendo. .. Besos
Muy bien has hecho!
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Pobre personaje en el B10 jaja 😉
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En México es lo mismo jajajaja
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No sabía eso jaja. Gracias por compartir el dato.
Cuando vengas a Bogotá, te invito a la experiencia TransMilenio jaja 😉
¡¡Saludos!!
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Y yo creía que esas desventuras sólo se vivían por estos lares… ¡Ha sido un relato muy gracioso! Gracias por compartir 😀
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Te agradezco mucho rl comentario. Y sí, acá en Bogotá , es pan de cada día jaja.
¿ De qué lares, exactamente?
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Montevideo. Te buscaré un video para veas algo de mi ciudad. Saluditos 😀
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Gracias por querer compartir eso 😊.
Pd: Ya casi estará lista la tercera y última parte de Pasajero Frecuente.
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¡Qué bueno! En un ratito paso tu casa 😀
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Un autobús en hora punta es el surrealismo sobre ruedas. Aunque no era Bogotá, recuerdo que a veces bajaba mucho antes de llegar mi parada, porque en pleno verano era simplemente insoportable. Te aseguro que un único viaje bastaba para escribir un ensayo sociológico. 🙂
¿¡Todas esa personas en la foto están esperando el autobús!?
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A veces los viajes en bus son tan caóticos, que se convierten en buen material para escribir.
Y sí, en una de las fotos del collage, hay cientos de personas esperando el mismo bus…
Quizás el B10 😉
¡Un saludo!
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¡Hola! Te he nominado para The Versatile Blogger Award. ¡Un saludete! https://tintadedos.wordpress.com/2016/01/24/the-versatile-blogger-award-2016/
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Creo que la situación del B10 la hemos vivido mas de uno. Cuando debo ir desde mi casa hasta algún punto sobre la autopista norte, prefiero armar alguna ruta alterna así tenga que transbordar dos y hasta tres veces. No soy de los que permanentemente se quejan de Transmilenio, pero las deficiencias en esa ruta si son monumentales.
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Me ha gustado el relato de ensardinado viaje que supongo no era en el Bus sino en el metro, por lo que dices que ibas en el tercer vagón. Te diré una cosa, querido colombiano, yo viví muchos años en Madrid y para no sufrir todo eso que narras, madrugaba más y me era rentable. Soy un enamorado de tu bella tierra. Bella en gentes y en paisajes. Nada tiene que ver lo que sois realmente y la imagen que dan cuatro desalmados que nos caen por aquí.
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Hombre, muchas gracias por tu apreciación, por tus halagos a mi bella Colombia.
Quería darle un toque literario, tal vez poético, a una situación diaria como lo es viajar en TransMilenio; quizá por eso se me escapó lo de «tercer vagón.»
Por acá siempre bienvenido, y nuevamente gracias!
¡Un gran saludo!
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Es de justicia. En unos días relataré la grata impresión que experimenté bajando desde lo alto a la acogedora Medellín
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En cuanto me libere de La Santa Compaña dedicaré un tiempito para contar algo de mis vivencias por aquellas maravillosas tierras. Medellín. Río Arauca. Cali. Cartagena…..
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RespetadoCiudadela Poética. En ningún momento mi comentario sobre el tercer vagón, llevaba nada negativo. Todo lo contrario, te sigo leyendo con mucho interés.
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Espero no te hayas sentido como »regañado» ; sólo quería aclarar lo del tercer vagón.
Gracias por ser un visitante habitual de mi blog
Un saludo!!
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jajajajajajaja qué angustia solo de leerte 🙂 Lo bueno de esos hacinamientos es que no te puedes caer jajajajaja
Un cordial saludo desde el Sur de España
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No hay peligro de caer, no puedes respirar como quisieras, ni moverte de a mucho…Jajaja.
¡Un saludo colombiano para ti!
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Ay qué horror, sólo de pensarlo me da claustrofobia…jajajjajjaa
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Natalia, es una experiencia única jajaja.
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Jajaja … Tu relato me trajo muchos recuerdos de mis años de estudiante cuando tenía que tomar el transporte colectivo. Has visto como lo hacen en Japón? Los policías empujan a la gente con unos palos. Te ríes por no llorar.
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En Bogotá, te da es como piedra (rabia) tantas personas en un bus jajaja. Pero también te ríes de las extrañas situaciones que pueden darse en un bus.
Gracias por pasarte 🙂
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Sí, cuando viajaba en el bus, tenía que cuidarme las nalgas, literalmente. Jajaja
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