José Antonio


Campo colombiano. Por Cross Media Lab- UTADEO.

      Campo colombiano. Por Cross Media Lab. Universidad Jorge Tadeo Lozano. (2016).


—Mija, va como a llover, ¿cierto? —preguntó él, a la vez que pegaba un bostezo.

—Tiene cara. Vea eso cómo está de nublado — respondió la mujer, mientras se levantaba de la mecedora.

—Será ir a revisar los animales entonces. Ya vengo, mija — anunció José Antonio a su señora, en tanto iba hacia la puerta.

—¡Cuando venga le tengo tintico, mijo! — le gritó ella desde el solar.

El señor salió de la casa y se dirigió al establo. Allí, sus caballos relincharon de emoción al verlo, y él los miraba con cara de ternura. Como un padre amoroso, los mimaba y fascinado veía esa cautivadora mansedumbre que destellaba en sus ojos.

Luego, se fue al corral de las ovejas y estas comenzaron a balar al verlo acercarse. Las alimentó, las consintió y las dejó para que reposaran. Pasó también por el gallinero, y quiso comprobar si tal vez ya había huevos disponibles por ahí.

Salió del establo, y por último se fue hasta el lugar donde las vacas pastaban tranquilamente. De repente, se dio cuenta que faltaba una. Entonces, mirando a su alrededor, se dio que una de ellas se había pasado la cerca, y caminando sin ninguna prisa, se le aproximó sonriendo.

—¡Ay Mariloli! Sumercé es como revoltosa, ¿no? — dijo en voz alta mientras que soltaba unas risas. La condujo de regreso para que se uniera nuevamente al resto del grupo, y aunque era muy traviesa la novilla, para él, era una de sus grandes favoritas.

Al parecer, su señora hizo una predicción del clima equivocada, pues las nubes grises comenzaron a disiparse.  José Antonio estaba sereno, y al ver que el cielo se estaba despejando, decidió quedarse un poco más afuera, y fue a sentarse a la pequeña loma que se situaba detrás del establo.

El mediodía se hizo presente, y él sentado allí, en medio de aquella paz sabrosa que emana de los campos, se sentía como el más afortunado. Contemplaba la obra de sus manos, el trabajo duro de tantos años; recordaba con orgullo esos esfuerzos laboriosos, que lo covirtieron en un campesino berraco y aguerrido.

Su pedacito de tierra, su señora esposa y sus animales, eran sus más preciados tesoros; no podía sentirse más feliz de su vida rural. Se quitó el sombrero, alzó su mirada al cielo y agradeció al ser supremo. Era uno de esos días en que su corazón rebosaba de gratitud por todo lo que tenía.

Bajó de allí luego de un rato, y emprendió camino a su humlide morada. Los perros de la finca al ver a su patrón descender , ladraban de alegría y sin cesar agitaban sus colas. Y él, ante tal alboroto, no podía hacer otra cosa que detenerse y sobarlos un ratico.

Llegó a la casa, se quitó el sombrero y la ruana. Se echó a descansar un rato en su vieja mecedora, y sin darse cuenta, al paso de cada vaivén, cerraba más los ojos. Despues de unos minutos, sintió un leve golpecito en el hombro que lo espabiló de inmediato.

—Mijo, yo vi que se estaba durmiendo, pero ya le tenía listo el cafecito. —Se dio la vuelta José Antonio un poco asustado.

—¡Ay! ¡Me asustó! Ya estaba profundo —dijo él a su mujer, como regañándola con sutileza.

—Yo le dije que le tenía tinto cuando volviera, señor. Más bien, tómeselo que está rico. Sople, que está recién hecho — sermonió la señora al señor.

— ¡Já! Sumercé sí me hace reír, mija —José Antonio la miraba con dulzura, y se reía de lo sucedido.

Juntos estaban ahí, cada uno en su mecedora, disfrutando de su mutua compañia, del tintico caliente entre soplo y sorbo. En tierras campesinas, que solo inspiran sosiego y esperanza, José Antonio y su señora esposa pasaban sus tardes rurales así.


Por: Felipe Espitia

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José Antonio por Felipe Espitia se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0 Internacional.
Basada en una obra en ciudadelapoetica.wordpress.com.

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